3.11.17

Mito chino: el boyero y la tejedora celeste :{º

He aquí una preciosa leyenda china que probablemente haya servido de consuelo a más de un joven oriental:

EL PASTOR DE BUEYES Y LA TEJEDORA CELESTE

Un pastor de bueyes crecía solo en una extrema pobreza, no poseía más que un viejo buey y un pedazo de tierra; pero aquel buey en realidad era un genio benefactor.
-Maestro, no estéis triste -le dijo un día que el boyero estaba melancólico-. Baja al río pues allí verás a unas jóvenes que se bañan. Han dejado sus vestidos en la orilla. ¡Coge esos vestidos y ocúltalos! Pronto tendrás una bella esposa y no conocerás ya más la soledad.
El hombre hizo lo que el buey le había indicado.

Escondido detrás de los juncos observó, estupefacto, la encantadora escena que se desarrollaba ante él: entre los nenúfares en flor había siete muchachas de una gran belleza tomando un baño, riendo y lanzando gritos de alegría: la Tejedora celeste y sus compañeras habían descendido a la tierra para divertirse un poco.
El boyero se acercó con cautela a los vestidos abandonados en la orilla, cogió uno, y fue a esconderlo detrás de su casa. A su vuelta descubrió que todas las jóvenes habían regresado al cielo excepto una. En cuanto la chica vio al pastor de bueyes, le gritó:
-Soy la Tejedora celeste, hija del Augusto de Jade, emperador del cielo. ¡Rápido, devuélveme mi vestido! Sin él no puedo volver al cielo.
Deslumbrado por la belleza de la joven, el hombre se negó. Con el corazón latiéndole muy deprisa en el pecho, le pidió que se casara con él. La Tejedora celeste se vio tentada por la aventura y aceptó.

Tuvieron un hijo y después una hija, y un día la dama le dijo a su marido:
-Amigo mío, ahora que somos esposos desde hace tanto tiempo, dime: ¿dónde se esconde mi vestidura celeste?
El pastor de bueyes, sin desconfiar, le reveló el escondite. ¡Ah pero, en mala hora!
La muchacha se lo puso y al instante se elevó al cielo, dejando a su marido desesperado.

-Maestro, no te atormentes más -dijo el buey-. Pon a tus hijos en una cesta y únela a un bastón que llevarás en equilibrio sobre los hombros. Luego cógete a mi cola pues yo te llevaré junto a tu esposa, al cielo.
Y al momento el boyero se vio en el cielo y se apresuró a pedir audiencia al Augusto de Jade.

Le introdujeron en una inmensa sala con el suelo hecho de blandas nubes. Unos arcoiris sostenidos por pilares de jade formaban un techo maravilloso. Sentado sobre un trono de oro y plata se encontraba el Augusto de Jade.
-Joven, ¿qué te ha traído al lugar eterno de las estrellas? -le preguntó.
El pastor de bueyes le contó su desgracia y le suplicó que le devolviera a su esposa, entonces el emperador hizo venir a la joven y la interrogó.
-Padre venerado -dijo la Tejedora celeste-, yo amo a mi esposo y a mis hijos; pero soy una criatura celeste y no podía vivir más en la tierra. Por eso huí.
Volviéndose hacia el boyero y la Tejedora, el emperador declaró:
-Ya que este hombre se ha casado con mi hija, una criatura divina, le concedo la inmortalidad. Vivirá para siempre en el cielo, cerca de su esposa.
Los dos esposos estaban locos de alegría, pero el Augusto de Jade prosiguió:
-Pero serán castigados por su engaño. Así pondré entre ellos un río celeste, la Vía Láctea, que les separará para siempre.
El boyero y la Tejedora suplicaron y suplicaron, pero no sirvió para nada. Con el corazón roto, se dirigieron al lugar que les había designado el Augusto de Jade.

Hoy en día se les puede ver en el cielo de la noche. Aquí, la constelación de la Tejedora celeste, que los occidentales llaman del Águila. Allá, la constelación del Boyero, llamada la Lira. Entre ellos un río de estrellas, la Vía Láctea.


                                                                     Fotografía: www.climacosmico.com

Sin embargo, el dolor de los dos amantes conmovió tanto a los dioses que imploraron clemencia al Augusto de Jade, y éste aceptó que una vez al año, el séptimo día del séptimo mes, los dos esposos pudieran reencontrarse. Ese día, todas las urracas suben al cielo, cada una con una ramita de árbol en la boca, y forman un puente por encima de la Vía Láctea.

El boyero así puede por fin reunirse con su bienamada y abrazarla. Entonces lloran de alegría y sus lágrimas caen sobre la tierra en una lluvia benéfica.

Si un amante se siente triste, lejos de su amada, bastará con que busque en el cielo al Boyero y la Tejedora: las miríadas de estrellas que titilan le consolarán...  


Fuente: Mitos y leyendas del mundo-. Barcelona, Editorial Círculo de Lectores, 2000. 

1 comentario:

  1. Me ha gustado. Petición de amor no que la van a leer todos y me da vergüenza.

    ResponderEliminar

¡Feed my head con vuestros comentarios!